Surrealismo

Lukrezia

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La criatura del agua

Había llegado la noche anterior después de un viaje en barco del puerto de Oostende a este pequeño islote en el archipelagio de Las Canarias. Era tarde, alrededor de los once cuando puso la llave en la cerradura de su habitación en un hotel pequeño en la costa. Abrió la puerta y sin hacer luz depositó la maleta para echarse enseguida encima de la cama. No se desnudó.
En medio de la noche se despertó. Había mal soñado, pero la única cosa que podía recordar era agua, agua salada, agua del mar.
En la madrugada Susana M. se despertó y a pesar de la interupción del sueño en la noche se sentió bien. Apartaba cualquier pensamiento en su pareja, en los amigos o el trabajo de la cabeza y cada vez que volvió a pensarlo se concentraba en el sonido que hacían las olas en la playa cerca.
Desde la puerta de la terraza, que pertenecía a su habitación, se vió el mar. Tenía un color verde con un poco de gris. Las olas le parecían a ella como una canción antigua que conocía desde siempre y que solamente había olvidado.
Susana M. se duchó, se vistió y luego descendió para tomar el desayuno en el restaurante de hotel.
Un poco más tarde salío para pasear solita por la playa de arena negra que se encontraba típicamente allí en la islote. El barco que la había llevado la noche anterior ya había ido muy temprano esta mañana. No volvería que la noche a la misma hora pero elle había decidido de quedarse aún más.
Susana M. paseó por la pasarela y se dió cuenta que poco a poco se cubrió el cielo. Las nubes se hacían cada momento más grandes y grises y un viento se levantó con unas ráfagas feroces. No hacía frío pero la poca gente que ella había visto en su paseo se marchó rápidamente por miedo de las primeras gotas que empezaron a caer. Pronto se quedaba sola en la playa con el furioso rugido de las olas baja un cielo oscuro como una pizara. De repente, paró sus pasos.
Delante de ella, en la arena negra yacía una piedra dorada gigantesca. Brillaba, como si el sol la relucía, como si era una lámpara, pero era un reflejo solamente. Sin embargo parecía muy misteriosa con el agujero redondo, no puesto en medio de la piedra irregular y rocosa pero hacia el borde del objeto. Se inclinó para tocarla. Pero en este momento una ráfaga le echó arena en los ojos así que tenía que apartar la cabeza y se rozaba los ojos para quitarse los granos. Al abrir los ojos, ya no vió nada delante de sus pies excepto la playa negra. Y una ola que se retiraba. Sin embargo la piedra estaba demasiada pesada para quel el agua hubriera podido llevarsela al mar. Era muy extrañada per seguía sus pasos al lado del mar, mirando por todas partes si vlovía a ver la misteriosa roca de oro. Empezaba a lloviznar. Entonces volvió sobre sus pasos y se acercaba lentamente a su hotel. El personal la saludaba amablemente como en la mañana y poco después tomó un almuerzo lígero. Hacía la siesta, durmiéndose al leer una novela que se había traído.
Al despertarse era ya de noche. Miraba el reloj al darse cuenta de que había dormido más de ocho horas sin soñar.

Susana M. bajó a la sala. No había nadie. Desde lejos oía una televisión y de otra dirección música del bar del hotel. Pensaba en la piedra dorada y se dirigió al portal. Descindió las escaleras hacía la playa. Abajo se paró. Era silencioso excepto al rombo de las olas que parecían susurrar. Era marea baja. Le parecía a ella que la mar se había ido, que nunca volvería y solo había dejado a unos charcos que se secarían sin deja rasgos de humedad.
Sólo un instante después se le volvió la seguridad que todo era normal. Se quedó de pie en la playa oscura y se le vació la mente por completo. No pensaba en nada. De repente tenía la impresión de que se le acercaba alguién. El olor de un perfume dulce y delirante le llegó a la nariz. Volvió la cabeza para distinguir las sombras en la oscuridad de la noche pero no había a nadie. Sin embargo se le quedaba la sensación de que estaba muy cerca una mujer misteriosa. Volvió a pensar en la roca dorada, tan misteriosa como el sentimiento que tenía en este momento. Sentía un momento de pánico que se clmaba con cada paso que hacía hacia el hotel cuyas ventanas illuminaban la playa con charcos de luz. Volvió la cabeza repentinamente a ver si la seguía la invisible presencia humana. Volvío también el rumbo de las olas que se transformaron en música asegardora. Cuando entró en la sala, percibió una mujer rubía y alta, muy delgado que se levantó a su vista. Se dirigió a Susana M., sonriente y amable, pero a ella le inspiraba irritación. Nadie sabíe que estaba en este sitio. Se había ido sin decir a nadie a donde iba. Sentía rabia y se precipitó hacia el ascensor. Cuando se ceraban a las puertas todavía remarcó la gesta de la mujer quein se había parado con los brazos abiertos hacia ella como si fiuera acogiendo a una hermana bien querida o una amiga íntima.
Se echó encima de la cama - todos los pensamientos se fueron excepto la cara de la mujer. Le parecía conocida pero no pudo ni pensar ni acordarse de haberla visto en alguna parte del mundo. Otro sueño profundo la envolvía. No pudo resistir. Se le cerraban los ojos.
A la una se despertó de nuevo con un sobresalto. Había soñado con agua del mar y cuando se laia los labios, sabían a sal. Se levantó y se salió por la puerta a la terraza. Miraba abajo. Contra el cielo claro de noche, iluminada de una luna llena, le parecía ver una silueta de mujer. Pero solo era un instante como se puso una nube delante de la luna y oscureció todo. Volvió a la cama y otra vez se durmió.

La mañana siguiente Susana M. tenía color de cabeza. Todos los huesos le doian y se sentía muy flaca. Cruzaba la recepcon y la receptionista quién estaba también la noche anterior le dirigió la palabra. Quiso saber si le había encontrado su hermana - una mujer rubia y alta y si eran gemelas por que se parecieran mucho. Negó con vehemencia, diciendo que no tenía hermana. La receptionista la miraba incrédula pero luego volvió a su trabajo.
El desayuno le daba fuerza y se sintió mejor. El mal estar se marchó y ella salió otra vez a la playa. De día parecía menos hostil. En el cielo nublado se abría una raya y el sol recorrió la arena negra de la playa. Casi no había gente. Alrededor de unos cien metros no había a nadie. Susana M. se desnudó. Tenía el bañador puesto ya. Corrió hacia las olas que parecían retirarse a su llegada como para burlarse de ella. Se tumbó cabeza abajo en la profundidad del mar y se deo llevar. Guardó el aliento lo más largo posible y cuando ya no pudo más ascendió a la superficie. El cielo estaba oscuro como el día anterior por nubes grises que de repente habían aparecido. Se dió cuento de que estaba ya a unos cien metros de la playa. Allí estaba una persona que llevaba algo muy brillante en la mano derecha. Se parecía a la mujer rubia de la noche anterior y la cosa en su mano se pareció mucho a la misteriosa roca dorada que había creído ver en la arena. La person no se movió. Parecía no llevar ropa ninguna. Miraba fijamente en su dirección, levantando lentamente la roca luminosa. Por el agujero parecía atraer la mirada de Susana M. . Se sentía como hipnotizada. No podía moverse. Un peso irresistible tiraba de sus pies hacia abaja. Sus manos, sus brazos le parecían como si no pertencían a su cuerpo. No tenía sensación ninguna en su piel. Con la boca ya debajo de la superficie hacía un último esfuerzo para sacar aire o para gritar. Pero no sabía como decidirse. Fuera como si tuviera tomar ella la decisión si había que sacar aire o expirarlo en un grito. Entonces no hacia ni uno ni otro. Después de algunos momentos que parecían una eternidad perdió la conciencia. Vió primero oscuridad, luego había reflejos que resultaban de un sol dorado que tenía una tacha negra. Estaba colgada en medio del cielo negro. Por esta tacha saltó un chorro de agua espumante como la espuma encima de las olas que se rompen en las rocas de la costa. Vió que el chorro cogío forma human, tenía cabza, brazos y piernas y a pesar de estar por completo compuesto de agua salada, representaba a una mujer. Le sonrió y abrió sus brazos cristalinos. Susana M. ya no sentía pánico. Los brazos extendidos la cogían, la apretaban y la envolvían completamente. Estaba agua salada alrededor de ella y dentro de ella pero no sentía miedo.

Más tarde, la policia notó en su informe que Susana M. había quitado la isla después de dos días de estancia sin llevarse a su maleta y sin pagar la cuenta. Después de su baño al mar no había vuelto al hotel. Su ropa quedaba en la playa donde pasantes la habían visto desaparecer entre las dunas, completamente desnuda. Nadie pensaba en un crimen sino en voluntad propia de la desaparecida que parecía haber perdido su salud mental en los últimos días.
Alertos, la policia y el director había buscado por toda la isla, incluso habían puesto vigilia en el puerto para sorprenderla a tomar el barco, pero Susana M. no estaba entre los pasajeros. Ni este día ni las noches siguientes. Nunca estaré.

Por Paris movió una mujer hermosa y rubia. Vistió un traje elegante y parecía muy distanciada. Por donde pasaba dejó huellas humedas de pies desnudos, pero nadie se dió cuenta porque estaba lloviendo. Así pasó – siempre.
 



 
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