Navidad Digital

onivido

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Todos sabemos. Las computadoras no permiten ambigüedades, no entienden un “tal vez” o un “a lo mejor”. Es “sí” o “no”. Uno o cero. Uno aprieta una tecla y la computadora inmediatamente ejecuta la operación que corresponde. Si uno se equivocó, mala suerte. Claro que existe la opción de borrar, pero no sirve en caso de que se estaba redactando un mensaje de correo electrónico y se cliqueó sin querer en el icono “enviar”. No hay vuelta atrás.

Hace años todos teníamos la buena costumbre de intercambiar saludos navideños por correo. Ahora hacemos lo mismo por correo electrónico. Consume menos tiempo, ahorra plata y tiempo y es más seguro. Claro que una postal es más colorida, tiene expresión propia, puede ser hasta romántica. Si la postal es graciosa o bonita no importa que uno solo escriba “Feliz Navidad y un Prospero Año Nuevo”. Mientras cuando se mande un correo electrónico debe reflexionarse sobre el texto, tiene que ser original y sobre todo debe ser personalizado.

Y reflexionando fue cuando ocurrió este lapso.

Había escrito la dirección, había puesto la palabra “Navidad” en la casilla de “asunto’’. Había empezado con “Querida Aida” seguido por “te deseo”, y estaba pensando que es lo que pudiera desear a Aida cuando cliqueé sobre el icono de “enviar”. Cuando me percaté de mi error intenté un “recall”. No funcionó. Estuve pensando un rato como reparar mi error, pero antes de llegar a la conclusión de simplemente enviar otro mensaje en el cual expresaba que es lo que deseaba para ella, recibí una respuesta.

“Ricardo querido, Dios escuchó mis ruegos. No sabes cuanto esperaba que tu me dijeras estas palabras. Pues debes saber que me enamoré de ti desde que te vi por primera vez. Mi orgullo me impidió mostrarlo, además siempre te noté tan profesional, sin una nota personal en el trato conmigo, amable pero frío y distante.

Amor mío, solo dime cuando y donde. Ahí estaré.

Tuya pronto Aida”

Me quedé rígido, sentí las palmas de las manos húmedas. Que le podía contestar a Aida. Admitir mi error sería un cruel insulto a sus sentimientos una ofensa irreparable de su orgullo, una humillación. Mi subconsciente me había traicionado. Aida había dado en el clavo. Siempre había tratado de mantener distancia. Tenía mis razones. Es que no soy cualquier ciudadano, sino soy miembro de una familia cuya vida transcurre ajena a las necesidades, preocupaciones y obligaciones diarias del resto de nuestra sociedad, de una familia presa en un redil de presunciones, de arrogancia, de intereses, relaciones e intrigas.

¿Que debía hacer ahora? yo vástago de mantuanos, yo descendiente de abogados y magistrados por derecho de nacimiento. ¿Cómo puedo confesar, aceptar que estoy enamorado de una mujer criada en un rancho de pescador? Desde luego una mujer escultural y además con titulo universitario, pero proletaria al fin ante los ojos de mi ilustre familia, una mujer salida debajo de un techo de cinc de un caserío chamuscado por el sol, por mas estigma hasta zamba. Que debía hacer yo educado en las mejores universidades europeas con postgrados y pasantías en Estados Unidos, yo que estoy escalando posiciones en el segundo consorcio petrolero más grande del mundo, predestinado a ocupar cargos relevantes, tal vez hasta llegar a la presidencia.

Desde luego todos los varones de la familia y mis amigos aprobarán, -con sonrisa lasciva,- que esté loco por el cuerpo despampanante de esta venus oscura, pero ni ellos podrán entender que estoy enamorado, enamorado de cada célula de su cuerpo, de su ser y de su alma, que quiero hacerla mi esposa ante Díos y el mundo, quiero que ella y nadie más que ella sea la madre de mis hijos.

Que dirá mi abuela, que nunca había aprobado ni siquiera el matrimonio de mi padre con mi madre, una europea, indomable deportista, con estas ideas tan chocantes, comunistoides según el rancio círculo de mi familia paterna, una insensata que deliraba con la emancipación de la clase desposeída. Seguramente echará la culpa de mi irresponsabilidad para con mi apellido a ella, a la crianza que me había dado.

Y mi pobre padre, expuesto al continuo bombardeo verbal de mi abuela y al refunfuñar de mi abuelo, me aconsejará cordura y propondrá comprarle un apartamento a la negrita y hacerla mi amante siguiendo el ejemplo de generaciones de varones de nuestra familia en situaciones similares.

Pero es navidad. Y pido a Dios que el espíritu de la navidad impregne el hogar de mi familia, a los sentimientos de mis familiares y a su entendimiento, que les conceda la gracia de liberarse de los espejismos osificados del convencionalismo de la oligarquía, que recuerden la causa por la cual nuestros antepasados, tantas veces alabados, arriesgaron sus posesiones y sus vidas. Y mientras mi plegaria emana de mi corazón, comprendo, sé, que Dios me dará todo aquello que no puedo alcanzar por esfuerzo propio. Pero tendré que aportar mi parte. Y lo haré.
 

Mimi

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Creo que eso no es tanto poesía como una narración en forma de... oración a dios...
¿tengo razón o no ?...
 

onivido

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Hola Mimi,
acabo de ver tu comentario, un poco tarde, pero mas vale tarde que nunca. No entiendo porque aparece en la parte de "poesía". El cuentico definitivamente no tiene nada que ver con poesía. Pretende reflejar la situación de muchos hombres en este país, donde el racismo ha sido suplantado por el clasismo.
Feliz domingo
 



 
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