Listo. Aliviado Gregorio se acomodó en su silla. La oferta para la licitación millonaria de la administración municipal tenía que entregarse hoy a más tardar a las tres de la tarde. Una tortura. Su jefe había cambiado varias veces de opinión acerca de algunos aspectos del contenido. Después de consultar con sus compañeros Gregorio había repasado los detalles por enesima vez y había introducido las últimas correcciones. Echó un vistazo a su reloj. Quedaban cuarenta minutos hasta el receso de mediodía.
¡Un momento!
Había olvidado de avisarle a su esposa que hoy no comería en casa.
Como recompensa por la esclavitud de las dos últimas semanas de sesenta horas almorzaría con Yamilé, una exnovia que no era ex del todo y que no se negaba a un postre en una habitación de un hotel.
Gregorio se reclino en la silla y sonrió. Cerraba los ojos. Se imaginaba las nalgas exuberantes de Yamilé, sus muslos desnudos, se imaginada como su lengua acariciaba sus pezones, sentía el beso de ella en su cuello, tenía miedo de marcas relevadores.
Abrió los ojos, descolgó el auricular y marcó.
Casi inmediatamente contestó una vocecita infantil.
“Hola. ¿Quién es?”
“Tu papá, mi cielito. Cuando contestes el teléfono tienes que decir tu nombre.”
“¿Porque?”
“Ya te lo he explicado varias veces. Ahora no tengo tiempo. Hazme el favor, llama a tu mamá.”
“Creo que tampoco ella tiene tiempo ahora.”
“¿Y porque?”
“Nunca tiene tiempo cuando está con el tío Victor.”
“¿Cual tío Victor? Mi pequeñita, no tienes ningún tío Victor.”
“Claro que si. Mamá esta con el en el dormitorio.”
Gregorio se desplomó en la silla. Respiró profundamente. Calma, easy man. Apretó los dientes.
“¿Quieres hacerle un favor a tu papá?”
“Si, si, dime.”
“Dile a tu mamá que has visto mi carro cruzando por la esquina. Y después regresas al teléfono y me cuentas lo que ha dicho tu mamá."
Duró una eternidad hasta que su hijita volvió al teléfono.
“Entonces, ¿que dijo tu mamá?”
“Nada. Salió corriendo del dormitorio, resbaló y se cayó. Está sentada en el suelo, llorando. El tío Victor salto de la ventana a la piscina. No sabía que tu habías sacado el agua. Ahora no se mueve más.”
“¿Piscina? Sacado el agua de la piscina? ¿Cual piscina?“ pensó Gregorio.
Asombrado miró la pantalla de su teléfono donde pudo ver el número discado. No era el número de su casa.
Colgó y pensó en su esposa. Al rato marcó lentamente.
“No puedo venir a nuestra cita”, dijo cuándo Yamilé contestٕó.
¡Un momento!
Había olvidado de avisarle a su esposa que hoy no comería en casa.
Como recompensa por la esclavitud de las dos últimas semanas de sesenta horas almorzaría con Yamilé, una exnovia que no era ex del todo y que no se negaba a un postre en una habitación de un hotel.
Gregorio se reclino en la silla y sonrió. Cerraba los ojos. Se imaginaba las nalgas exuberantes de Yamilé, sus muslos desnudos, se imaginada como su lengua acariciaba sus pezones, sentía el beso de ella en su cuello, tenía miedo de marcas relevadores.
Abrió los ojos, descolgó el auricular y marcó.
Casi inmediatamente contestó una vocecita infantil.
“Hola. ¿Quién es?”
“Tu papá, mi cielito. Cuando contestes el teléfono tienes que decir tu nombre.”
“¿Porque?”
“Ya te lo he explicado varias veces. Ahora no tengo tiempo. Hazme el favor, llama a tu mamá.”
“Creo que tampoco ella tiene tiempo ahora.”
“¿Y porque?”
“Nunca tiene tiempo cuando está con el tío Victor.”
“¿Cual tío Victor? Mi pequeñita, no tienes ningún tío Victor.”
“Claro que si. Mamá esta con el en el dormitorio.”
Gregorio se desplomó en la silla. Respiró profundamente. Calma, easy man. Apretó los dientes.
“¿Quieres hacerle un favor a tu papá?”
“Si, si, dime.”
“Dile a tu mamá que has visto mi carro cruzando por la esquina. Y después regresas al teléfono y me cuentas lo que ha dicho tu mamá."
Duró una eternidad hasta que su hijita volvió al teléfono.
“Entonces, ¿que dijo tu mamá?”
“Nada. Salió corriendo del dormitorio, resbaló y se cayó. Está sentada en el suelo, llorando. El tío Victor salto de la ventana a la piscina. No sabía que tu habías sacado el agua. Ahora no se mueve más.”
“¿Piscina? Sacado el agua de la piscina? ¿Cual piscina?“ pensó Gregorio.
Asombrado miró la pantalla de su teléfono donde pudo ver el número discado. No era el número de su casa.
Colgó y pensó en su esposa. Al rato marcó lentamente.
“No puedo venir a nuestra cita”, dijo cuándo Yamilé contestٕó.
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